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jueves, 11 de noviembre de 2010

El morichuli

Hace unos días presentamos a un personaje que, con cierta frecuencia, se asoma cada día, más y más, al panorama habitual de nuestras calles:




Ver el vídeo en You Tube


El morichuli.

Es pariente éste del típico chulo español. Pero en versión exótica.

El morichuli no debe confundirse nunca con el humilde musulmán, que viene a España a sacar a su familia adelante.

No.

El morichuli no es discreto, sino todo lo contrario. Arma broca por alí y por alá. Por donde pilla. Grita, amenaza, agrede... beodo de chulería, aunque -oficialmente- no bebe.

Quizás, si se tomase unas cervecitas, si desfogase su represión, estaría más tranquilo, más pacífico... Pero, claro, tanto contenerse, hace que algún día estalle y pase lo que pasa.

El morichuli suele hablar de "racismo" contra la "raza" "árabe".

Habla de "raza" porque él mismo es un racista. Y un ignaro, pues se cree "árabe", cuando, en realidad, es "magrebí" (o "moro", como correctamente siempre se ha dicho, refiriéndose a estos últimos, ya que dicha palabra procede del griego "mauros" -'oscuro'-, que es como los helenos denominaban a los habitantes del norte de África).

Si este señor tuviera algo de conocimiento -del cual carece por completo- sabría perfectamente que los más racistas en la historia han sido precisamente los "árabes" -es decir, los de la península arábiga-, que, físicamente, siempre se han parecido más a los españoles que los magrebíes. Precisamente fueron dichos árabes los que marginaron por completo a las poblaciones bereberes norteafricanas, a las que usaron como mano de guerra y de obra, barata y sumisa, y a los que concedieron las peores tierras de Al Ándalus.

Además, si hoy en día queda un resquicio de racismo y esclavismo real, éste viene precisamente de ciertas manos musulmanas que, literalmente, esclavizan a un no despreciable número de población negra por la zona de Sudán y aledaños, y compran y venden a su capricho a personas sin ningún rubor.

Sí. Hoy en día. En el siglo XXI.

El marichuli es, además, el complemento ideal de otro personaje que también está haciendo furor en la España zapateril de unión de antitéticos:

La Marichuli:



La Marichuli y el morichuli son los nuevos personajes con los que Zapatero y su troupe van a repoblar España.

Los vemos ya por todas partes, haciendo sus pinitos para salir en el mayor número de medios de comunicación posible.

Sugiero, pues, que los morichulis y las Marichulis de toda España se casen, aprovechando la orgía de nuevos matrimonios diseñados por Zapatero y próximos a ser diseñados.

Dicen que en la diferencia y la disparidad a veces está la felicidad.




domingo, 13 de junio de 2010

Los tontiparagüeros


Tras las copiosas lluvias caídas ayer sobre Madrid, me ha venido a la mente un personaje que harto abunda por estas tierras de la Villa y Corte.

Hablo del tontiparagüero.

Denomínase "tontiparagüero" a aquel espécimen humano que tiene una espasmódica aversión a los paraguas. Bueno, al hecho de llevar un paraguas cuando empiezan a asomar las nubes en lontananza.

Llevo años fijándome en que la mayoría de los madrileños (no la totalidad, puesto que yo no me incluyo entre éstos) tiene auténtico terror a llevar un paraguas cuando se prevé lluvia. Este sujeto hace todo lo posible para evitar estas pacíficas lanzas de nuestra época y prefiere mojarse antes de que le vean portando plegada una de esas negras setas sin que esté cayendo gota alguna.

No sé qué tendrán los paraguas, pero el madrileño se ve más guapo sin ellos.

Prefiere arriesgarse a quedar empapado como un calamar antes de que le vean portando un quitalluvias en posición de firmes.

Es lo que toda la vida se ha llamado un "tontín": y es que el madrileño, por lo general, es muy tontín. Anda pensando siempre en lo que los demás pensarán de él. El tontín, generalmente, cree que, a la mínima, los demás le mirarán como a un tonto por sacar a pasear un utensilio que quizás no vaya a utilizar... por lo cual prefiere calarse a marchar precavido.

El tontiparagüero es, además, algo inquisidor: si, por precaución, sacas tu paraguas de paseo, presto te mirarán de soslayo. Si una vez desplegado, porque llueve, se te ocurre pasar con él momentáneamente bajo un sitio cubierto sin volverlo a plegar rápidamente, te echarán una mirada que atravesará tu conciencia como un tormentoso rayo. La estupidez madrileña exige que, si andas en ese momento bajo una amplia cornisa, pliegues inmediatamente tan ominoso artilugio hasta que vuelvas a salir al descampado.

En los años en que viví en la ciudad de León (pero no se asusten: no soy Zapatero) observé que sus habitantes, con toda la precaución del mundo, cuando las nubes atisbaban sucias, tomaban el paraguas en ristre y salían con él con toda naturalidad por la ciudad. Podías ver tanto a gente mayor con su paraguas plegado como a personas de mediana edad como a punkies a los que no les importaba mezclar sus teñidas y coloridas crestas con serios y fúnebres paraguas. Los leoneses eran gente normal, sin complejos -como los londinenses- y como tantas otras personas de múltiples ciudades.

Pero el madrileño no: el tontiparagüero madrileño es el epítome de la tontuna, del acomplejamiento sin mesura del -en definitiva- "mira a los demás por si te miran".




lunes, 7 de junio de 2010

El sacamocos sin pañuelo

Hoy voy a hablar de un personaje que pulula cada vez con mayor asiduidad en esta España que nos ha tocado heredar: el sacamocos sin pañuelo.

¿Quién es este curioso y obsceno personaje?

En primer lugar, hemos de decir que es un "extranjero".

Pero la palabra "extranjero", hoy en día, es harto imprecisa en España:

- En esta tierra de lameculos, normalmente denominamos "extranjero" al extranjero rico, es decir, al turista: "extranjeros" son, pues, los vomitones ingleses y alemanes que animan el devenir playero con alegres cánticos melopeicos y gritos estentóreos, allá por donde plantan sus atilianos pies; "extranjeros" son también los discretos franceses y los gregarios estadounidenses que avanzan en grupo todosjuntosypegaditos por si los malvados españoles les robamos sus bien endolarizadas billeteras.

- Una segunda categoría son los "japoneses", a los que, aunque también sean extranjeros, turistas, gregarios y ricos, preferimos denominarlos por su gentilicio original, por aquello de que los españoles "no somos racistas", pero nos vemos muy guapos comparados con ellos (...ya saben aquello de que en el reino de los ciegos el tuerto se cree el rey...).

- A los extranjeros pobres, sin embargo, les llamamos simplemente "inmigrantes".

Pues bien, el "sacamocos sin pañuelo" entra dentro de esta última categoría de extranjeros: la de los inmigrantes.

Este sujeto normalmente es un señor joven (inferior a los 30 años), africano (nor-, sub- o centrosahariano) o de algún ignoto país del Este europeo, delgado (no sé por qué) y que gusta de sacarse las secreciones napiosas sin utilizar pañuelo alguno.

Usa para ello los dedos, que, a modo de pinza, sujetan grácilmente la nariz. De un resoplido, intenta expulsar con vehemencia el susodicho mucamen que, como una estalactita, suele permanecer colgado durante cierto tiempo del alero. Si de un solo bufido no pasa a convertirse en estalagmita, un segundo impulso eólico conseguirá tal fin.

Tras la operación, el sacamocos se queda muy tranquilo y, feliz, prosigue su pizpireta andanza por nuestras soleadas calles después de habernos dejado un inolvidable recuerdo.

El sacamocos es, además, un ser de nuestros tiempos, pues es ecologista: prefiere no usar pañuelo alguno, ya que dañan la naturaleza (hay que cortar muchos arbolitos para producir los malvados kleenex...).

Debemos ser solidarios además con los sacamocos, pues deben de ser tan pobres, tan pobres, que no tienen ni para llevarse nada a la nariz.

¡Ah, el sacamocos! ¡Qué tierna imagen para estos tiempos de penuria moral, económica y estética!

¡Qué exacta y explícita imagen de esta España zapateril en la que lo hortera, lo indecente o lo -literalmente- guarro se ha convertido en la norma que impulsa toda nuestra actividad cotidiana!

¿Y qué es lo que nos deparará el destino en próximas ediciones...?

¿Quizás el pedorretero sin pantalones...?




sábado, 1 de mayo de 2010

Comiendo pollo...



Recientemente, este transgénico de Presidente llamado Evo Morales, que Bolivia tiene la penitencia de padecer, y cuyo nombre -ya de por sí- parece recién sacado del libro "Póngale nombre al perfecto transexual" nos ha deleitado a todos con los siguientes meditaciones metafísicas, de una profundidad sin parangón:

"El comer alimentos transgénicos produce calvicie en los europeos".

"La Coca Cola desatasca retretes".

"Los hombres, al comer pollo, tienen desviaciones en su ser como hombres".


Este nuevo Ortega y Gasset del altiplano, este hegeliano pastorzuelo de llamas seguramente nunca habrá comido pollo en su vida, para así tener bien contenta a su señora -que me imagino que se llamará Adana, para hacer juego trans con él.

Pero don Evo se equivoca radicalmente en sus apreciaciones: no es el comer pollo lo que provoca la homosexualidad en los hombres, sino comer precisamente el transgénico de éste, es decir, su versión femenina... (no sé si mis amigos hispanoamericanos me estarán entendiendo, pero me estoy haciendo el transgénico del pollo un lío...)

Tampoco son los transgénicos los que provocan la calvicie, sino que la fea costumbre anglosajona de hacer "un calvo", que algunos europeos practican, es la que puede provocar que algunos de sus congéneres lleguen a padecer "desviaciones en su ser como hombres".

La verdad es que no sé si alguien ha entendido algo de lo que acabo de decir, pues las hormonas trangenepollizadas ya me están haciendo efecto, pero yo, que cada día me comprendo menos, voy a buscarme ahora en un diccionario a ver si me descifro...




lunes, 12 de abril de 2010

La maricona

Hoy voy a hablar de la maricona.

La típica maricona.

La maricona española.

Pero no vayáis a pensar que pienso hablar de los homosexuales... no, no, pardillos...

...Hay muchos homosexuales que son mucho más hombres que la maricona española...

Tampoco voy a hablar de transexuales, drag queens, afeminados ni nada similar...

Voy a hablar de la maricona, el maricón, el auténtico cobarde de nuestros tiempos, al que, con toda seguridad, le gustan las mujeres y que, muy probablemente, esté casado con alguna de ellas o incluso se haya montado en la noria de varios matrimonios.

La maricona de la que hablo, la típica maricona, no es ni más ni menos que el típico español de nuestros días.

Es el típico español al que Federico Jiménez Losantos denomina "el de otra de gambas".

La maricona española es el sucesor del pretérito y paleontológico "macho ibérico", el espécimen al que ha ido sustituyendo progresivamente, y es el complemento ideal de la marimacho hispánica, con la que suele estar casado muchas veces. Suele clasificarse además en dos subespecies: el del calzonazos o el del bragazas.

La maricona española suele ser un individuo que siempre vota al mismo partido (sea de derechas o de izquierdas, porque es fiel al aguerrido y machote principio de "Virgencita, que me quede como esté").

La maricona hispánica prefiere no tener conversaciones comprometidas de política, ni mostrar su opinión. Ni mostrar el mínimo arrojo ante nada.

Si entre compañeros de trabajo surge el tema político, la maricona española se escabulle y pone ojitos de comadreja, dándole la razón a unos y a otros con una sonrisa; o se zambulle entre sus papeles simulando una falsa aplicación laboral de la que carece por completo, pero que teatraliza muy bien.

No quiere problemas. No quiere oír hablar de crisis. No quiere oír hablar del paro, pues ése es un tema que afecta a "otros" y, a él -gracias al Dios de los tibios- no.

Si, por el contrario, está parado, tampoco protesta -no sea que le vayan a quitar el subsidio-. Y, si ya se le ha acabado éste, tampoco -no sea que le vayan a enviar a presidio.

En el bar -eso sí-, en el escaso tiempo que puede robar entre su salida del trabajo y su llegada a casa (donde le espera ardorosamente su querida marimacho), se hace el macho cabrío hablando de fútbol con los parroquianos y ahueca la voz, gritando que haría tal o cual cosa a aquel futbolista del equipo contrario, mientras, en su pobre imaginación, se ve a sí mismo ejercitando tal sarta de barbaridades con su jefe. El mismo jefe al que nunca se ha atrevido a decir nada y al que, fielmente, le ha ido lamiendo los zapatos día a día, hasta sacarle un brillo tan esplendoroso como su cobardía.

La maricona española, señores, no es un ejemplar en extinción.

Todo lo contrario: es una especie que aumenta día a día, una auténtica plaga australiana, un alud oceánico que algún día nos ahogará a todos.

Mientras tanto, pasito a pasito, la maricona hispánica sigue con sus tareas diarias, votando a los de siempre, sumiso, calladito, impertérrito ante la creciente pobreza que azota a la sociedad en la que vive, insolidario como una marmota, cobarde como una ratilla...

La maricona hispánica es el futuro, amigos, de esta pestilente sociedad española que tan trabajosamente hemos conseguido construir desde que aprobamos la Prostitución del 78.




martes, 6 de abril de 2010

La marimacho

Hoy me he encontrado con la marimacho.

La típica marimacho.

La marimacho española.

Esta mañana encaminé, raudo, mis pasos hacia una esplendente delegación de Hacienda, tejida a costa de la sangre, sudor y lágrimas de todos los españoles, para resolver uno de esos problemillas con los que el señor Zapatero tanto gusta de sorprendernos a todos, como el duendecillo traviesillo y simpático que es.

Desde hacía un rato, guardaba yo larga cola (que no se me espanten las señoras) para pedir número y así poder acceder a mi turno a una segunda ventanilla. Por fin, llegué a la tierra prometida del mostrador y allí me recibió...

La marimacho.

La típica marimacho.

La típica marimacho española.

La típica marimacho española ¡y funcionaria!

Para qué decir más.

Ya venía yo advertido tras el maltrato que había propinado a todos los incautos contribuyentes que me habían precedido: a todos ellos les había echado la misma bronca -que si tenían que haber hecho esto antes, que no era su problema, que trajera por vigésimo octava vez el impreso cuadragésimo noveno elevado al cubo... y otras delicias similares.

A mí me tocó la misma bronca que a los demás (no se vayan a creer, España es un Estado socialista: hay total "igualdad" en las broncas y recriminaciones que se lleva todo el mundo ante la prepotencia del Estado).

En fin: yo lo sobrellevé mejor que los demás, pues ya venía advertido, y cosí mis labios ante el cariñoso rapapolvo que la machorra estatal me asestaba con toda la delicadeza zapateril.

Pero ahí pude contemplar, en todo su esplendor, a la magnífica marimacho española, la machorra sin fronteras, el virago eterno de nuestras tierras.

Aunque no se lo puedan creer, las machotas hispánicas son especímenes harto abundantes en esta tierra y responden, por lo general, a un mismo patrón físico: suelen ser altas, gordoides, más feas que [estro]Picio y con un vozarrón más contundente que el Trololo.

Suelen acompañarse de maridillo mucho más bajo que ellas, acomplejadito el pobre, y todo un señor bragazas -o calzonazos, si lo prefieren.

Lo sé perfectamente porque entre mi vecindario y conocidos he llegado a padecer de ejemplares similares (por no decir idénticos o clonados).

En fin... si no son españoles, pásense alguna vez por esta tierra de Nunca Jamás para observar esta extraña y asombrosa fauna machorril, prácticamente extinguida en todas las partes del mundo, pero, aquí, abundante como las gotas en los océanos.




Véase también: El chuloputas


miércoles, 31 de marzo de 2010

El curioso origen de la palabra "gilipollas" >>


sábado, 4 de abril de 2009

El culamen

No sé si será una cosa única de España (Spain is different) o esta costumbre está extendida por otros pagos, pero la moda de ir por la calle enseñando los culos que nos invade desde hace años me tiene confundido.

Me explico: Me refiero a esa costumbre que tienen los chicos de ir enseñando parte del calzoncillo, a veces hasta su mitad y más, y, si es posible, haciendo propaganda de sus fabricantes -Calvino el Clon y similares-; y las chicas (y no tan chicas), altas y bajas, de ir enseñando sus bragazas (no diremos la cursilada de "braguitas"), sus tangas o, directamente, el comienzolarajalculo directamente, sin rodeos.

Quizás todo tenga su origen en aquella moda grunge que, en los 90, convirtió a nuestros jóvenes en pedigüeños ambulantes, en mendigos de marca y litrona.

Me acuerdo de aquellos gloriosos tiempos de mi alcohólica juventud en los que las tribus urbanas estaban bien clasificaditas y diferenciadas en su estética: los rockers (que aún sobrevivían desde los años 50); los punks, con sus temibles crestas y terroríficas melopeas; los mods, especie extinta que eran los seguidores de los Who y que, simplemente, llevaban gabardinas estilo inspector Gadget y, algunos, corbatitas; los pijos, clásicos de toda la vida (como yo), que siempre han persistido y persistirán per saecula saeculorum; los góticos, alegres y pizperitos muchachitos seguidores de The Cure y similares; los folkies (por esa etapa también pasé yo), seguidores de la música celta y de los maravillosos Jethro Tull); los heavies, una mezcla gritona y alegre entre folkies y rockers... En fin, un sinfín de sinfines.

Por entonces, los hippies ya estaban extintos, y lo más divertido era ver las peleas entre mods, rockers y punkies, parecidas a ésas de la aldea de Astérix, cuando el pescadero de la misma las comienza dando un besugazo a alguien al decirle que su pescado no es fresco...

Actualmente sólo perviven los góticos, los eternos pijos, algún remedo de punky y los grunges; aunque nadie los llama ya grunges; ni siquiera saben lo que es eso...

Y de ese movimiento grunge es de donde deriva la estética de la juventud actual, es decir, la estética del feísmo, cálidamente acogida desde siempre por los movimientos antisistema, sólo que aderazada, además, con valientes capuchas y elegantes pañuelos al rostro. Desde entonces los jóvenes empezaron a vestir como lo que dicta el Manual del Buen Albañil.

La actual desbordada pasión por el Cantinflismo no es más que un subproducto del movimiento grunge y no sé en qué podrá derivar... en ir directamente sin pantalones y faldas, con aderezo de palominitis, o en ir directamente sin nada, con lo que los hombres empezaríamos a fijarnos con fruición en otras excitantes partes del cuerpo ocultas, como las axilas y los pies (...es que somos así de viciosillos y no tenemos solución...).

Pues bien, para todos aquellos jovenzuelos y jovenzuelas, veinteañeros, treintantones y cuarentañeros os recomiendo
El Blog de los Culos, donde podréis recabar una multitud de interesantes ideas para modas futuras...




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jueves, 28 de agosto de 2008

El chuloputas

Hoy me he encontrado con el chuloputas.

El típico chuloputas.

El chuloputas español.

Caminaba yo, tan pizpireto por la calle, plim plam, plim plam, cuando... ¡plas!, de repente, mi pie se sintió adherido al cálido pavimento estival por una especie de inesperado pegamento que no me permitía continuar.

El ungüento pegajoso no era más que pintura blanca con la que unos tiernos obreros estaban acicalando las bandas del paso cebra por el que yo transitaba.

Cuando levanto la cabeza, uno de los obreros, el chuloputas, el chuloputas español por antonomasia, me dice pavoneándose: "¡a ver si te fijas por donde pisas!", en lugar de disculparse, o poner cara de circunstancias, ya que no habían puesto ningún cartel de advertencia, sino un tímido cubo situado a un lado y semioculto tras una farola.

Ante mi recriminación por no poner nada que advirtiese sobre la trampa peatonil, el chuloputas, el típico chuloputas, el chuloputas es-pa-ñol me dice que me quite las gafas de sol para ver mejor. Lo más gracioso es que él llevaba puestas otras gafas de sol, aún más oscuras, de un oscuro chuloputas.

Entonces se armó la que se armó. Prestos, cual comadrejillas hispánicas, salieron sus otros compañeros a apoyarle, como si él hubiera sido el perjudicado, y eso que la dichosa pintura me había destrozado los zapatos.

El chuloputas español siempre se acompaña de dichas comadrejillas, para que, así, después de putearte, enchulearte, mofarte de ti, si cae, te pueda caer una buena tunda de sopapos, con esa típica valentía española de todosaporuno y unoparatodos.

Como siempre, luego salió el que hacía el papel de bueno para separarnos (bueno... para separarme a mí de todos los demás).

Y la cosa quedó ahí.

Es decir quedé ahí: pintado, pero contento. Contento de que el chuloputas, junto a sus secuaces ibéricos no hubiesen repintado la calle conmigo como brocha.

¡Ah, el chuloputas!: creía que las viejas costumbres hispanas de chulería y manadismo grupal ya habían muerto con el tardofranquismo... Pero no: ahí siguen como siempre. Nuestras viejas tradiciones: los toros, las jotas, los nacionalismos paletonazis... y el chuloputas... el típico chuloputas español (marca registrada).




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