Hoy voy a hablar de la maricona.
La típica maricona.
La maricona española.
Pero no vayáis a pensar que pienso hablar de los homosexuales... no, no, pardillos...
...Hay muchos homosexuales que son mucho más hombres que la maricona española...
Tampoco voy a hablar de transexuales, drag queens, afeminados ni nada similar...
Voy a hablar de la maricona, el maricón, el auténtico cobarde de nuestros tiempos, al que, con toda seguridad, le gustan las mujeres y que, muy probablemente, esté casado con alguna de ellas o incluso se haya montado en la noria de varios matrimonios.
La maricona de la que hablo, la típica maricona, no es ni más ni menos que el típico español de nuestros días.
Es el típico español al que Federico Jiménez Losantos denomina "el de otra de gambas".
La maricona española es el sucesor del pretérito y paleontológico "macho ibérico", el espécimen al que ha ido sustituyendo progresivamente, y es el complemento ideal de la marimacho hispánica, con la que suele estar casado muchas veces. Suele clasificarse además en dos subespecies: el del calzonazos o el del bragazas.
La maricona española suele ser un individuo que siempre vota al mismo partido (sea de derechas o de izquierdas, porque es fiel al aguerrido y machote principio de "Virgencita, que me quede como esté").
La maricona hispánica prefiere no tener conversaciones comprometidas de política, ni mostrar su opinión. Ni mostrar el mínimo arrojo ante nada.
Si entre compañeros de trabajo surge el tema político, la maricona española se escabulle y pone ojitos de comadreja, dándole la razón a unos y a otros con una sonrisa; o se zambulle entre sus papeles simulando una falsa aplicación laboral de la que carece por completo, pero que teatraliza muy bien.
No quiere problemas. No quiere oír hablar de crisis. No quiere oír hablar del paro, pues ése es un tema que afecta a "otros" y, a él -gracias al Dios de los tibios- no.
Si, por el contrario, está parado, tampoco protesta -no sea que le vayan a quitar el subsidio-. Y, si ya se le ha acabado éste, tampoco -no sea que le vayan a enviar a presidio.
En el bar -eso sí-, en el escaso tiempo que puede robar entre su salida del trabajo y su llegada a casa (donde le espera ardorosamente su querida marimacho), se hace el macho cabrío hablando de fútbol con los parroquianos y ahueca la voz, gritando que haría tal o cual cosa a aquel futbolista del equipo contrario, mientras, en su pobre imaginación, se ve a sí mismo ejercitando tal sarta de barbaridades con su jefe. El mismo jefe al que nunca se ha atrevido a decir nada y al que, fielmente, le ha ido lamiendo los zapatos día a día, hasta sacarle un brillo tan esplendoroso como su cobardía.
La maricona española, señores, no es un ejemplar en extinción.
Todo lo contrario: es una especie que aumenta día a día, una auténtica plaga australiana, un alud oceánico que algún día nos ahogará a todos.
Mientras tanto, pasito a pasito, la maricona hispánica sigue con sus tareas diarias, votando a los de siempre, sumiso, calladito, impertérrito ante la creciente pobreza que azota a la sociedad en la que vive, insolidario como una marmota, cobarde como una ratilla...
La maricona hispánica es el futuro, amigos, de esta pestilente sociedad española que tan trabajosamente hemos conseguido construir desde que aprobamos la Prostitución del 78.
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