Es cierto que el 15 M es un movimiento nada apolítico, sino claramente escorado a la Izquierda, precisamente aquella que me produce urticaria mental...
Pero el 15 M es el único movimiento ciudadano que realmente desea poner patas arriba este infernal sistema especulativo liberal que nos ha conducido a todos a la ruina...
Sé que los a rectos miembros de la Derecha -a la cual pertenezco, pero en su faceta democratacristiana-, obedientes todos ellos a los dictados del sosoide de Rajoy no les habrá sentado bien mi palmadita en la espalda a estos jóvenes.
Pero lo que quiero dejar bien claro es que todos nuestros PePones debieran mover un poco el culito, no para bailar una cumbia, sino para acampar, precisamente, delante de La Moncloa...
Vamos, que hagan algo aparte de mover todo el día la sin hueso...
Y aquellos de la vertiente franquista-falangista bien pudieran hacer lo mismo levantando un campamento -rememorando los viejos tiempos de su OJE- delante de nuestros zarzueleros biempagados...
Este es el blog antitodo -como bien reza el subtítulo- y, por muchas afinidades que pueda mantener con ciertas personas, ello no va a impedir que ponga en evidencia su falta de acción y su hipocresía, reflejada en el espejo de las revoluciones de salón a las que son tan aficionados.
El que no actúe, que calle para siempre...
6 Déjame un comentario, chati:
El Filóloco, algunos que no nos situamos en la izquierda - menos aún en ESTA izquierda hispanistana - hemos apoyado y seguimos apoyando lo del 15M, con sus defectos, cotradicciones y paridas pseudo ácratas.
Mucho mejor, efectivamente, movilizarse comentiendo errores que limitarse a lloriquear.
Y queda MUCHO por hacer, queda todo por hacer porque un paripé como el que tenemos no debería satisfacer a nadie. Y llamarlo 'democracia' es voluntarismo, si no es gilipollismo.
Los fundamentos de la democracia no están. Los comportamientos democráticos no se practican.
Le puedes llamar 'filarmónica' a una banda de 4 instrumentos/componentes, pero seguirá siendo algo muy diferente, continuará faltándole todo... y solo tendrá el nombre;'filarmónica','democracia'.
A "El gobierno de la casta, por la casta y para la casta" se le llama de otra manera, o se le llamaba de otras maneras.
Un saludo
El pasado viernes, dije que es posible que si Hamilton hubiése sido admitido en la Universidad de Princeton, se habría radicalizado mucho antes en el levantamiento contra Gran Bretaña, pero eso es discutible. A pesar de que Nueva York era uno de los bastiones del poder británico, no es menos cierto que también era una ciudad con elementos tremendamente revolucionarios, agitadores y periódicos radicales. El choque visceral entre los “tories” y los “whigs” en Nueva York afiló todos los sentimientos en conflicto que sentía Hamilton y pudo llegar a simpatizar con los dos puntos de vista.
¿Dónde estaba King’s College (hoy, Columbia University)?
Se encontraba encima de una enorme extensión de terrenos que la Iglesia de Trinity había recibido de la reina Ana a principios del siglo XVIII, situado al borde norteño de la ciudad, en un elegante edificio de tres plantas. La zona límite era la que hoy son las calles Murray, Barclay, Church y West Broadway de Manhattan (zona de Wall Street) y hasta hace una década, las Torres Gemelas. El rector de la universidad, el Presidente Cooper, trató valientemente de segregar a sus alumnos de la malsana influencia en el exterior del campus. “El edificio está rodeado de una cerca alta”, escribió Cooper, “un portero siempre atiende la puerta principal, que cierra a las 10 de la noche en verano y a las 9 en invierno, y después de esas horas, todos los nombres de los que entran se entregan al rector semanalmente”.
Uno de los motivos por los cuales Cooper trataba de secuestrar, no sin razón, a sus alumnos era que el campus estaba a escasa distancia de la “zona roja”, distrito de puteros y viciosos también conocido en la época como “la Tierra santa”, en alusión irónica al hecho de que toda esa extensión de terreno pertenecía a la St. Paul’s Chapel (iglesia). Como mínimo, había 500 “señoritas” inglesas y holandesas — “señoritas de placer” (un 2% de la población total) que “patrullaban” estas calles oscuras cada anochecer, y esa proximidad preocupaba a los señores mayores porque podría “contaminar” las almas de los jóvenes estudiantes. Un visitante escocés, consternado, escribió en 1774: “Una circunstancia que creo que es desafortunada, es que la entrada a King’s College está en una de las calles donde viven las prostitutas más conocidas e infames. King’s College defendía sus normas y prohibía que cualquiera de sus estudiantes frecuentara “casas de mala reputación o estar en compañía con cualquier persona de conocido comportamiento escandaloso”. Las mujeres estaban estrictamente vetadas del campus, junto con cartas de apuesta, juegos de mesa y otras trampas del diablo. ¡Cómo han cambiado las cosas! En los 1700s, las putas estaban vetadas de las universidades — hoy, esa misma universidad les da la bienvenida y permiten todo tipo de perversiones diabólicas.
Al mismo tiempo que intentaba proteger a los jóvenes, Cooper también miraba de reojo y con recelo a las manifestaciones políticas que habían montado cerca del campus. King’s College se había convertido en el castillo de la ortodoxia británica que tanto temía William Livingston y los críticos presbiterianos. La Iglesia Anglicana, siempre mostrando mucha reverencia hacia el concepto de la jerarquía y la sumisión a la autoridad real, sólo engendraba sentimientos contrarios. Durante la Guerra por la independencia, el ejército británico maliciosamente ocupó iglesias presbiterianas y bautistas para convertirlas en cuarteles. Añadiendo a esos problemas, Cooper lamentaba además que King’s College se encontraba a tan sólo una calle de lo que hoy es el Ayuntamiento de Nueva York ciudad (conocido como “The Common” en aquella época) y famoso en aquellos tiempos porque era donde se congregaban todos los radicales — de hecho, Hamilton se iniciará en este parque como “radical” a favor de la causa de la libertad contra la tiranía absolutista de Jorge III.
Tras una serie de acontecimientos, la resistencia de los súbditos iba aumentando. A partir de finales de agosto de 1774, todas las colonias salvo Georgia habían elegido a sus delegados para convocar el primer congreso continental. Entre los delegados de Nueva York, se encontraba uno de los famosos autores de la Constitución americana: John Jay. No eran ningunos extremistas en su mayoría — de hecho, lejos de pedir la independencia a ultranza, decidieron primero convocar una oración pública y bíblica para intentar que Dios intervenga para que no haya guerra. Reafirmaron su lealtad a la corona, esperaban un arreglo pacífico con Londres y cumplían escrupulosamente las formas legales de los tiempos. Pero, claro, su paciencia tenía sus límites.
Estas acciones, no obstante, sorprendieron por completo a los sentimientos “tory” en Nueva York. Para el presidente de Kings College, Myles Cooper, el congreso representaba y había sido una cueva satánica de sediciosos y las condenó en dos panfletos famosos y muy leídos. Dijo, a los colonos sorprendidos, que “los súbditos británicos son los más felices del mundo”. Lejos de criticar al Parlamento, dijo que la actitud de los colonos era intolerable. Como mucha gente de sus tiempos, se burlaba de los que creían que América podía derrotar el ejército invencible de los británicos.
Myles Cooper no fue el único clérigo anglicano en Nueva York que criticó el Congreso continental. Formaba parte de unas asociaciones literarias leales a la corona — con Charles Inglis, Samuel Seabury, ambos rectores de iglesias anglicanas en Nueva York ciudad y el pueblo de Westchester, respectivamente. Seabury era un hombre fuerte y altísimo, autor de una prosa que destilaba inteligencia brillante y gracejo. Seabury, con el conocimiento de Myles Cooper, lanzó una serie de panfletos bajo el pseudónimo — “Un granjero de Westchester”. El título era un famoso eco de la ya conocida obra de John Dickinson contra los impuestos parlamentarios — “Cartas de un granjero en Pensilvania”. Los ensayos ácidos de Seabury despreciaban a los colonos del Congreso continental y dijo que eran una “raza venenosa de escorpiones” que “nos picarían” hasta “matarnos” y que deberían ser recibidos con palos de nogal. Los granjeros serían los principales afectados de cualquier embargo contra la corona. Les preguntó: ¿Podéis vivir sin dinero? Este hombre perverso y satánico también escribió el famoso libro titulado “Los errores del calvinismo”. Tienen ustedes aquí sus escritos. Es “venerado” anualmente en la Iglesia de Inglaterra y en la Anglicana (Episcopal) de los EEUU, dos de las congregaciones protestantes más perversas y católicas del mundo.
Tras esos vómitos totalitarios y absolutistas, no tardó Hamilton, aún siendo colegial, en responder con dureza (eso sí, usando otro nombre para evitar la ira del presidente de su universidad, Myles Cooper). Hamilton primero decidió, junto con otros cristianos de bien, arrojar el panfleto a las llamas. Hamilton sentía la gloria en cualquier controversia y Seabury le dio exáctamente lo que necesitaba para hacerse “famoso” siendo aun joven. Pueden leer la magnífica respuesta de Hamilton a ese gordo, aquí.
e gusta este párrafo entre muchos otros porque habla de la aversión que sienten hacia la libertad y como si fuera un deber cristiano someterse para ser ROBADO de todo lo que se tiene sólo por el hecho de que hay algunos súbditos que son tan malvados que lo permiten (lo mismo que pasa en España actualmente):
“That they have an invincible aversion to common-sense is apparent in many respects: they endeavor to persuade us that the absolute sovereignty of Parliament does not imply our absolute slavery; that it is a Christian duty to submit to be plundered of all we have, merely because some of our fellow-subjects are wicked enough to require it of us; that slavery, so far from being a great evil, is a great blessing; and even that our contest with Britain is founded entirely upon the petty duty of three pence per pound on East India tea, whereas the whole world knows it is built upon this interesting question, whether the inhabitants of Great Britain have a right to dispose of the lives and properties of the inhabitants of America, or not. And lastly, that these men have discarded all pretension to common modesty, is clear from hence: first, because they, in the plainest terms, call an august body of men, famed for their patriotism and abilities, fools or knaves; and of course the people whom they represented cannot be exempt from the same opprobrious appellations; and secondly, because they set themselves up as standards of wisdom and probity, by contradicting and censuring the public voice in favor of those men”.
Myles Cooper no quiso creer los rumores que apuntaban a que el autor era Hamilton — dijo que esos rumores eran bazofia. “Es absurdo pensar que un hombre tan jovencito como Hamilton puede haber escrito esos repugnantes ensayos”. Otros pensaron que el autor era William Livingston, el puritano de Princeton. Hamilton seguramente estaba disfrutando toda la polémica y su asociación literaria también estaba riéndose. En una ciudad con varios panfleteros republicanos, Hamilton representaba un fichaje importante e inteligente a la causa patriota y cristiana. Con tantos ensayos en breve espacio de tiempo, había demostrado una velocidad increíble, dominación de los temas, confianza en sus ideas, y una sofisticación improtante. Sería un verdadero hijo de la causa independentista, creciendo junto a su nuevo país y fortaleciéndose mientras que los peligros no paraban de crecer.
AMEN...
SEMPER FIDELIS
Yo era un niño de nueve años. Por delante de mi balcón, pasaban las manifestaciones que bajaban del pabellón de los deportes, en la calle Lérida de Barcelona. Gritaban muchas cosas, entre ellas "llibertat, amnistia, estatut d'autonomia". Yo no sabía qué quería decir aquello. Mi hermano mayor decía que era algo bueno y que era bueno ir con esa gente y que la policía era mala.
De mayor, me he dado cuenta de que mi hermano estaba engañado.
Al mundo nunca lo cambia el pueblo. El pueblo sólo es utilizado, engañado y hasta matado, para conseguir los cambios que quieren los que permiten, y hasta generan, las revoluciones.
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