Recuerdo cuando, siendo niño, contemplé en aquella vieja tele en blanco y negro, la famosa marcha verde marroquí sobre territorio español.
No podía comprender cómo, nuestro Estado, ante una marcha de marroquíes desarmados, que blandían tan sólo ejemplares del Corán, decidía poner pies en polvorosa y dejar abandonados a su suerte a aquellos ciudadanos españoles que eran los saharauis.
Luego más tarde, supe que, Franco, en su lecho de muerte, había declarado la guerra a Marruecos. Pero nadie le hizo caso.
Los responsables del Gobierno, los responsables del Estado prefirieron huir a enfrentarse con sus tanques a una multitud invasora desarmada.
¿Un acto de humanidad?
No.
Un acto de la más abyecta cobardía que haya conocido y conocerá nunca la humanidad: el elefante que huye del ratón y descubre su corazón de rata.
Dejamos desamparados allí a una multitud de ciudadanos que, aún hoy en día, conservan sus antiguos carnés de identidad españoles. A unos españoles que todavía utilizan nuestra antigua peseta.
Ahí les dejamos, desamparados entre las dunas de la cobardía de los dirigentes de este país.
España se ha distinguido en los últimos tiempos, más que por sus fracasos, por sus cobardías: recordemos la "Guerra del Fletán". Recordemos la salida como las gallinas de Irak. Sólo basta con mirar la actual bajada de pantalones en Gibraltar de estos políticos, votados por once millones de cobardes merluzos.
Despreciamos a unos saharuis que, si siguieran siendo españoles dentro de una Comunidad Autónoma del Sáhara, no humillarían ni despreciarían nuestra Patria como, sin embargo, hacen muchos emboinados y embarretinados paletonazis de nuestro país.
Los saharauis son un monumento viviente y solitario en el desierto, un monumento a la cobardía de un país que sólo por este acto, merecería dejar de existir.
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